sábado, 16 de abril de 2016

LA LEYENDA DE LA CUEVA CUALVENTI (1ª PARTE)


Cuento en dos partes

La Leyenda de la Cueva Cualventi 

Por Valentín Usamentiaga Jareda (1969)


1ª Parte


Prólogo

   Sabido es, que no hay un hueco en las sierras de Oreña que no estuviese poblado por los hombres del Paleolítico, pero, entre todas las cuevas hay una que por sus características fue cita de una numerosa tribu, por su enorme yacimiento así lo demuestra. Esta cueva, situada al final del barrio de Perelada, lleva por nombre CUEVA DE CUALVENTI.

   Corría el año 700 y en el pueblo de Oreña había un pastor que tenía al cargo un numeroso rebaño de ovejas y cabras. Llamábase Tío Luna, casado con Tía Nicasia quien le ayudaba en todo lo posible, procurando ella que no le faltase la pila de leña durante el frío invierno.

   La zona de pastos de tal rebaño abarcaba desde Cildá hasta Padruno y en los días muy crudos concentraba sus reses por los alrededores de la cueva de Cualventi, en la cual, si nevaba las metía dentro, mientras él se calentaba gracias a la leña almacenada por su esposa.

   Fueron muchas las veces en que el Tío Luna tenía que calentarse cada invierno, al socaire de aquella cueva. No hacía más que sentarse cuando al momento acudía a su imaginación la obsesión de siempre, era como una manía persecutoria; miraba a derecha e izquierda, lo mismo que para el suelo … y viendo la cantidad de huesos, llampas, caracoles de mar y cuernos de todas clases, así como sílex de varios tamaños …

   Todo ello, le sacaban de su pasmosa tranquilidad y se rompía la cabeza pensando:

   ¿Quiénes habitaron la cueva? ¿Cuántos vivieron en ella? ¿En qué sitio comerían? … Donde cocinaban ya se veía, en el extremo de la cueva estaban las señales de humo, como hollín negruzco todavía, pero, seguía preguntándose ¿Quién sería el jefe? y … ¿Cómo les distribuiría? …

   Llevaba algunos años así el Tío Luna … cuando una tarde, oscureció de pronto y dirigiose con su rebaño a la cueva; a la vez, se desencadenaba una horrible tormenta y … llegando a buen techo renovó sus reflexiones.

   Estando sentado Tío Luna, no se atrevió a encender el fuego; colocándose de cara a la cueva, al revés de como  acostumbraba hacerlo de ordinario.

   Allí estaba aguantando el temporal, lo que entre el eco de la cueva y el ruido de los canales de Cildad, sintió miedo, mejor pánico. Las ovejas le rodearon, éstas temblaban … pero él, ni por esto olvidó lo que siempre tenía en la cabeza y en aquel momento estaba pensando lo que harían aquellas pobres gentes cuando se improvisaba una tormenta como aquellas:

   ¡¡Si estas paredes hablaran!!

   No había terminado el Tío Luna de pronunciar estas palabras cuando, al poco cesó la tormenta y en un silencio sepulcral y desde lo más profundo de la cueva salió una voz clara muy apagada que dijo:

   “Yo soy el espíritu de Cualventi y voy a saciar tu curiosidad. No van a ser las paredes, voy a ser yo quien te va a contar la historia de esta tribu que durante muchísimo tiempo vivió en paz.

   En esta cueva fue muchos años su reina Tía Cildá por el hecho de haber muerto su marido en la lucha contra un bisonte cuando dirigía a unos hombres en grupo que salieron por la mañana en busca de carne para la tribu. Al destacar su hijo en la caza y pesca, su madre le dio la jefatura de esta tribu, después de demostrar su extraordinario valor en numerosas ocasiones.

   Este jefe, se llamó Tío Canales, era mi padre, quien logró que la tribu se multiplicara al haber muy pocas enfermedades, estas eran los peores enemigos de todos los lugares. La tribu siguió progresando, hasta llegar a cobijarnos entre estas paredes de roca tantos habitantes como hoy tenéis en Oreña.

   Así vivía esta tribu feliz y en progreso hasta que un mal día, habiendo salido de caza un grupo de hombres y al frente de ellos mi padre, vieron un toro salvaje, ejemplar raramente visto por aquí; le persiguieron hasta venida la noche, ya lo tenían malherido pero, la oscuridad obligoles a abandonar hasta el día siguiente que con luz abundante del nuevo día reanudarían su captura. Todos venían muy contentos con la seguridad de dar caza aquel toro mañana y, no faltando mucho para la cueva cuando en la oscuridad mi padre tuvo un despiste; pisó en falso y cayó al vacío en una profunda sima que hay cerca de la cueva llamada Torca de Royales. Aquella noche no pudimos hacer nada, yo, recuerdo que era un niño, oía los lamentos desde arriba, pero hasta el día siguiente tuvimos que desistir. Con la claridad del día comenzaron los trabajos de salvamento, se juntaron todas las veligarzas que hicieron falta, anudadas ya, bajaron al fondo de la torca con muchas dificultades lograron por fin sacarle muy malherido. Los curanderos le practicaron todas las medicinas necesarias, desde la infusión de ortigas hasta bálsamo de ajo de antojil, y todo inútil, mi padre cada día decaía más, todos los cuidados que se tuvieron con él fueron en vano. Una mañana, al bajar la marea, salieron Vendaval y Gamo para avisar a los hombres que faenaban en el mar diciéndoles:

   El Tío Canales ha muerto.

   Salieron todos con los mariscos que tenían y en un momento llegaron a la cueva. Toda la tribu sintió su pérdida sin excepción de nadie. Fueron días de lágrimas por el buen Tío Canales.

   Pasaron algunos años; yo, ya era mayor y mi madre me dio por compañera a Costala,una gran moza de la tribu de Marbuena. A los pocos días mi madre, reunía a toda la tribu y ante ella, me nombraron jefe, lo cual, recibieron con gran agrado. La tribu tuvo muchos días fiesta y, desde ese día fui el jefe de esta tribu que por ello lleva el nombre de Cueva de Cualventi.

   La cueva tiene una organización perfecta; había en ella por curanderos a Tío Congrio y a Tía Arnica que era un buen matrimonio; de correos a Vendaval y Gamo; fabricantes de flechas a Tía Alicuerno y Tía Almora;  las pieles curtíanlas Tío Sabiedes y Tía Cellisca; la cocina estaba a cargo de Tío Ciruelo y Tía Ardilla; el agua la traían el Tío Rámilo y Tía Bellota y también Tía lagarta y Tía Villería; teníamos por jefes religiosos o brujos a Tío Búho y a Tía Nietova;instruía a los niños Tía Urraca; el jefe que mandaba el grupo de la caza era el Tío Acebo y el de la pesca Tío Tiburón; y la alcagüeta de la tribu era la Tía Cotorra.

   Llevábamos Costala y yo casados un año cuando tuvimos una niña muy hermosa a quien la pusimos por nombre Colva.Se crió con mucha salud y sin enfermedades. Pronto se distinguió como la mejor moza de la tribu. Fueron pasando los años y un buen día la visita de Tío Bayusero y Tía Conchuga, que eran jefes de la tribu de la Barbecha. Aquí pasaron el día y en nuestro reservado comimos sirviéndonos la comida Colva.Estos se quedaron prendados de ella y al finalizar la tarde cuando todo era alegría el Tío Bayusero me pidió la mano de Colva para su hijo Salmonete.Yo, no cambié impresiones con nadie, ni tan siquiera con Costala pues, sólo pensar que un día fuese la Reina de la Barbecha dio lugar a contestar un sí rotundo.

   Despedimos hasta los Pandos y regresamos a la cueva. Al otro día, cuando salí a la terraza de la cueva si oí discusiones y malas caras, pero lo atribuí a algún fallo de alguna pieza de caza, cosa corriente. Al cabo de unos días un grupo de mujeres salieron por castañas y bellotas a la Canal vieja, entre ellas iba Colva. Ya habían recogido bastantes y se fueron a la orilla del Hoyo en donde había un castaño mayo y en llegando salió una enorme osa que tenía a su cría dentro de la cueva, pegó un rugido cuyo eco retumbó en las Canales y abalanzose sobre las mujeres. Al oírlo desde aquí salieron en su auxilio un grupo de hombres quienes en un momento llegaron a la Canal vieja;ya había herido a varias mujeres, algunas pudieron salir huyendo del hoyo, no así Colva quien salió corriendo por donde no tenía salida y refugiándose en una grieta de la piedra, de nada sirvió pues la osa le metió la garra y Colva, igual que una hoja al viento; ella gritaba, se veía perdida ante aquella mole celosa, la volvió a atrapar con sus garras y un minuto más hubiese quedado destrozada de no llegar en el crítico momento el más destacado mozo de la tribu que sin recatarse y mirar el peligro, se lanzó sobre la fiera con su lanza y atravesó su corazón. La osa lanzó un rugido de trueno y cayó rodando sin vida a la vez que Salce, levantó a Colva quien estaba herida. Colva conmocionada dijo estas palabras:

   Te debo la vida, Salce, que desde hoy es tuya si no la desprecias.

   Salce cargó con Colva hasta la cueva y los demás despellejaron a la fiera, partiéndola en grandes trozos la llevaron a la cueva. Lo que yo ignoraba era que Salce y Colva estaban enamorados y ésta era la causa de los comentarios y malas caras que yo ví.

   Pero si aquel día hubo comentarios, muchos más y más serios ocurrió desde este, en que Salce, salvó la vida a mi hija, lo supe porque llamé a Tío Sabiedes y a Tía Cellisca, preguntándoles qué ocurría en la tribu, me pusieron al corriente de ello y Tía Cellisca me faltó con insultos graves, creyendo que yo despreciaba a su hijo, cosa que no era cierto, pues, repito que ignoraba los amores de Colva y Salce. Sin embargo, había dado mi palabra y esta se cumpliría. Al decirles esto, salió con ello al paso el Tío Sabiedes quien me habló tan duro que llegando a las manos no tuve más remedio que al final expulsarle de la cueva.

   A los pocos días supe que habitaban la cueva de las Cacheruelas en Cubías. Si con esto, creí que habría paz en la tribu, me equivoqué; de día en día crecía el descontento, las desobediencias y, hasta llegó el caso de que, unos días más tarde nos disponíamos a preparar una marcha para salir de caza, resultando que no había ninguna flecha preparada, con la expulsión de Tío Sabiedes y Tía Cellisca, la tribu se había quedado sin sombra y no había terminado de pronunciar la palabra cuando en un ataque de nervios los eché de la cueva sin contemplaciones y a los pocos días me enteré por Tía Cotorra, que era la más fiel a mi persona, vivían en una cueva de las Ojáncanas en Hoyos.

   Después de esto, hubo aparente tranquilidad en la tribu, aunque nunca volvió la tranquilidad de antes.
  
   Salce vivió unos pocos días más en la tribu y cuando los padres prepararon la cueva, se fue con ellos a Cubías; también visitaba todos los días a Tío Alicuerno y Tía Almora, dando la vuelta en redondo a todo el valle de paso que iba cazando.

   Todos los días desde lo alto de la Cueva de Cualventi y envuelto entre la maleza, contemplaba un buen rato a Colva sin que esta ni nadie le viese. Al regreso, dejaba una buena pieza de caza a Tío Alicuerno y el resto lo llevaba a su cueva. El solo alimentaba a los que Tío Cualventi expulsaba.

   Al paso del tiempo un día espléndido de sol llegó a la cueva una extraordinaria embajada,
compuesta por el jefe de la Barbecha, su hijo Salmonete, el brujo de la tribu y dos muchachos. Los recibí según su categoría merecía; mandé a Colva nos sirviera la comida que consistía en un ciervo de cría bien asado y unos percebes; también bebimos vino de las riparias de Triscoterio y, a los postres, me dijo que venía para cumplir mi palabra, llevándose a mi hija Colva. Mi palabra se cumplió y al caer el sol, la despedí emocionado junto con la comitiva.

   Ya, al salir, me di cuenta de la ausencia de los habitantes de la cueva en la terraza, por primera vez sentí tristeza más que miedo.

   Tía Nietova, que era nuestra bruja con Tío Buho, no estaban de acuerdo conmigo, al ver llegar a los forasteros se olió la tostada y llamó a Vendaval para que fuese a avisar a Salce de lo que ocurría, así lo hizo y en un momento, llegó a Cubías y contó lo que ocurría. Fue grande el disgusto de Tío Sabiedes quien prohibió a Salce que saliese de la cueva, pero este, por primera vez desobedeció a su padre.

   Cogió su arco y una extraordinaria lanza y salió como una centella rumbo al Caracolero y a dos pasos de kilómetro llegó a los Pandos que era por donde tenían que pasar la comitiva. Salce, llegó al camino, clavó su lanza en la tierra y se sentó tras un enorme acebo que había allí. No esperó mucho cuando oyó unos gemidos lastimeros, que no tuvo que preguntar de quien eran; Colva desde que perdió de vista a sus padres era un mar de lágrimas.

   Venía delante Salmonete y de improviso dijo:

   ¡¡Una lanza, padre!!

   Todos se pararon, al tiempo, salió Salce y encarándose a los jefes de la Barbecha. Pasaron unos segundos de silencio que fueron rotos por el Tío Bayusero con estas palabras:

   ¿Quién eres tú muchacho que te atreves a cortarle el paso al jefe de la Barbecha?

   Yo soy Salce, el hombre que puede disponer del corazón de esa mujer que lleváis robada.
 
    Pero tú rufián, ¿vas a romper el juramento del jefe de la tribu de Cualventi, que es su padre?

   Arrancó Salce la lanza y todos dieron un paso atrás y dijo:

   El jefe de la tribu Cualventi no puede disponer del corazón de una mujer que hace tiempo tiene su dueño.

   Y ¿quién es su dueño? –preguntó Tío Bayusero.

   El dueño de ese corazón es este hombre que tiene su lanza en la mano dispuesta para defenderla y si alguien que se atreva a discutir la razón, aquí estoy con ella en ristre.

   Pasaron unos minutos de silencio. Salmonete permanecía igual que los demás y, en vista de ello, Salce lanzó un grito que retumbó en los Pandos diciéndoles:

   ¡¡Cobardes!! Soltad a esa mujer ahora mismo si no queréis quedar atravesados todos por la punta de mi lanza-. Mudos seguían y Salce, se dirigió a Colva, la tomó por un brazo y apartándola del grupo al tiempo que tiró su lanza al suelo y mandolos pasar a todos por encima, lo cual así hicieron sin pronunciar palabra; siguiendo luego el camino rumbo a la Barbecha.

   Salce cogió de la mano a Colva y sin mediar palabra salió andando, dejó atrás Balcao, el Caracolero y llegó a Cubías con ella. Se encontró con Tío Sabiedes y Tía Cellisca quienes al ver a Colva, la recibieron con los brazos abiertos, pero a la vez presos de pánico por las represalias que pudiera tomar Tío Cualventi.

   Se reunieron todos para decidir lo que debían hacer. Después de muchas deliberaciones, acordaron en llevar a Colva a la cueva Pigüezo que está a doscientos metros de distancia y encima del mar, la cual es inaccesible. Allí llevarían su comida y a Salce no le vería nadie, dando la sensación de que había desaparecido de la región, cosa que así se hizo.

   Tía Cotorra siguió desde lejos a Tío Bayusero y su comitiva hasta los Pandos. Vio el desenlace pero no pudo oír nada por quedarse a distancia y bien escondida, así es que, al poco tiempo lo supo Tío Cualventi, quien sentado con la cabeza entre las piernas permaneció casi toda la noche en esa postura. No así Tía Costala que no había medio de callar su llanto.

   No te apures Costala –le decía Tía Cotorra- que muy pronto sabré donde están.

   Al amanecer del día siguiente, salió Tía Cotorra, muy de mañana, dirigiéndose a Cubías, llegó a la cueva y mucho se extrañaron Tío Sabiedes y Tía Cellisca de su visita, ya que desde que habían sido expulsados de Cualventi no les había visitado nunca.

   ¡Buenos días Tía Cellisca! ¿Cómo estáis?

   Muy bien Tía Cotorra y muy tranquilos.

  ¿Tanquilos?

   Sí, aquí hay paz.

   Pero … ¿Dónde tenéis a Salce?

   Salió ayer de caza y estará con Tío Alicuerno y Tía Almora. No tardará mucho en venir porque después nos cuesta mucho quitarle las pieles a los animales. Ya le tengo preparado aquí una tartera de barro con caldo de pato para cuando llegue.

   A Tía Cotorra había que decirle poco y al revés. No cambió más palabras Tía Cotorra y se despidió; poco pensaba ella que aquel caldo era para Colva.

   No hacía muchas horas que marchara, cuando llegó Vendaval con el encargo de Tío Búho y Tía Nietova para que le contase todo lo que supiesen de Salce y Colva. Se sentó Vendaval, comió con ellos y le pusieron al corriente de todo y le encargó que viniese Tío Búho tan pronto como pudiese sin despertar sospecha en la cueva de Cualventi.

   Era media noche en Cualventi, todos dormían, vigilaba la entrada Vendaval; éste era fiel al brujo y sabían dónde estaba Colva y Salce. Se levantó el Tío Búho y le dijo Vendaval que le acompañase a Cubías, cosa que llegaron en un momento. Se levantó Tío Sabiedes y Tía Cellisca y le pusieron en sus manos el conflicto que tenían delante. El Tío Búho ya había pensado de antemano la solución; preguntó por Salce quien a cien metros entre las cuevas vigilaba la seguridad de sus padres y Colva; dio un silbido Tío Sabiedes y en un momento llegó Salce quien besó en la frente al brujo como era de costumbre. Mandó a buscar a Colva, lo cual hizo Salce con grandes trabajos pues la bajada de la cueva era difícil; llegó Colva y besó en las manos al Tío Búho, éste, mandó traer unas hojas de laurel, las prendió fuego y cuando estaban al rojo metió en ellas un cuerno de ciervo y cuando empezó a arder el cuerno y dar humo, juntó a los dos y con una hoja de capaza les ahumaba al igual que emplean los sacerdotes en nuestros días y luego de dirigirles unas frases convirtiolos en matrimonio diciéndoles que ocuparan la cueva donde estaba Colva y que esta no saliera de ella si no fuera por la noche y con mucha precaución.

   Terminada la ceremonia, se cumplió la palabra del brujo a rajatabla. Cuatro personas tan solo había en la Cueva de Cualventi que sabían el paradero de Salce y Colva, eran: Tío Búho, Tía Nietova, Vendaval y Gamo. A buen seguro que el secreto no salía de ellos pues Vendaval no estaba con sus padres y le tenían allí para espiar ya que el brujo le había leído las leyes penales y así supieron demostrarlo en muchos años, aunque se encontraron en momentos difíciles muchas veces.

   Bastante tiempo antes de amanecer Tío Búho estaba durmiendo y Vendaval de centinela, llegó el día sin que nadie sospechase una palabra.

   Pasó el tiempo y los hombres de Cualventi salieron de caza, al llegar el Sol, se encontraron con un caballo salvaje y le fueron cercando hasta conseguir meterlo en el hoyo de las pistolas. Fueron muchas flechas las que dispararon a placer pero el caballo salió con vida. Muy fuertes fueron las palabras por este fallo que lo achacaron a la ineficacia de las flechas. Desde que Tío Alicuerno salió de la cueva, disminuyó la caza y no había quien preparase las flechas como él. Al enterarse Tío Cualventi que no traían nada se encaró a Tío Acebo quien mandaba la expedición y este por primera vez le faltó a la disciplina diciéndole que solo él era el causante. Fue grande la bronca y, en esta ocasión no fue Tío Cualventi quien le echó, dio vuelta, cogió a su mujer e hijos y marchose de la cueva rumbo a Hoyos en donde había unas cuevas más. Con la ayuda de Tío Alicuerno y Tía Almora, habitaron una y allí siguieron viviendo.

   La tribu de la Barbecha estaba en fiestas con los preparativos para recibir a la futura Reina. Eran extraordinarios el menú que tenían preparado para la llegada de la comitiva en su colmo: sopa de grajo con puntas de bardas tiernas y sabrosas cuculinas, después media liebre por cabeza y de postre higos negros de Mahorteo. Abundaban los cántaros de vino de las riparias de Bustablado y solo faltaba la llegada para que los enormes tambores de calabaza con sus tapas de cuero de cordero, empezaran a resonar en lo alto de la Barbecha para dar principio a la fiesta.

   Mucho tardaba en asomar la comitiva y al fin, los vigías dieron vista a lo lejos y Tía Conchuga dio señal que empezase la fiesta; los pitos de cañas y los tambores de las calabazas formaron tal folklore, que se oían desde las demás tribus; sorprendidas mandaron a sus correos a enterarse de lo que ocurría en la Barbecha.


   Pero no duró mucho la fiesta, al poco rato llegaron los componentes de la embajada muy tristes y cabizbajos y lo peor es que no venía con ellos Colva. Paró la música ratonera infernal al ver las caras que traían. Todos querían saber pero Tío Bayusero y Salmonete entraron con Tía Cochunga dentro de la cueva, el brujo se fue a su aposento y solo los dos muchachos quedaron fuera pero sin pronuciar palabra, estos se veían acosados a preguntas por toda la tribu hasta que por fin rompieron a hablar y cuando contaron lo sucedido se formó un griterío y todos estaban dispuestos a rescatar a Colva, pero, ante tan tremendo escándalo salió Tío Bayusero y ordenó silencio. Cuando se restableció dio una explicación a su tribu y les hizo ver que la lanza por la que ellos habían pasado era muy difícil de vencer y por el bien de la tribu les ordenaba que todos se fuesen a sus ocupaciones. Poco a poco todos se fueron, comentando el caso.

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