martes, 26 de abril de 2016

La boda de Anita de la Guerra en 1836


Anita de la Guerra de Thompson 1872

BODA DE ANITA DE LA GUERRA Y ALFRED ROBINSON


Narración completa de la boda de Anita de la Guerra y Alfred Robinson, contada en el libro de Richard Henry Dana, Dos años al pie del mástil, publicado en 1840 con gran éxito y repercusión duradera.

Portada del libro


   “Sábado, 10 de enero 1836.

   Llegamos a Santa Bárbara, y al miércoles siguiente largamos cable y salimos a mar abierta a causa de un sudeste. Al día siguiente regresamos a nuestro fondeadero. Éramos el único barco en el puerto (Alert)…

   Se estaban haciendo grandes preparativos en tierra para la boda de nuestro agente, que iba a casarse con doña Anita de la Guerra de Noriega y Carrillo, la hija más pequeña de don José de la Guerra, el grande de la plaza, y cabeza de la primera familia de California. Nuestro mayordomo estuvo en tierra tres días preparando confites y pasteles, y con él se enviaron algunas de nuestras mejores provisiones. El día señalado para la boda llevamos al capitán a tierra en la canoa, con orden de volver a recogerlo por la noche, y permiso para subir a la casa a presenciar el fandango

   Al regresar a bordo nos encontramos con que estaban haciendo preparativos para una salva. Habían cargado y sacado nuestros cañones, se habían asignado hombres a cada uno, se les habían repartido cartuchos, habían encendido mechas y estaban a punto de izar todas las banderas. Ocupé mi puesto a estribor detrás de un cañón, y esperamos a la señal de tierra. A las diez el novio subió al confesionario con su hermana, vestida completamente de negro. Había transcurrido casi una hora, cuando se abrieron las grandes puertas de la misión, y las campanas iniciaron un repique discordante; el capitán, en tierra, izo la señal convenida para nosotros. 

   La novia, vestida toda de blanco, salió de la iglesia con el novio, seguida de una larga comitiva. Justo al salir ella de la iglesia surgió una nubecilla blanca de la proa de nuestro barco, que totalmente visible. El estampido se multiplicó en las colinas que rodean la bahía, e instantáneamente el barco se cubrió de banderas y gallardetes de proa a popa. Siguieron veintitrés cañonazos en sucesión regular, a intervalos de quince segundos, en que surgía la nubecilla; y el barco permaneció empavesado todo el día. A la puesta de sol se disparó otra salva con el mismo número de cañonazos y se arriaron las banderas. Nos salió muy bien –el cañonazo cada quince segundos- para ser un mercante con sólo cuatro cañones, con doce a veinte hombres.

   Después de cenar fue llamada la canoa, así que bogamos a tierra vestidos de uniforme, varamos el bote y subimos a ver el fandango.

   La casa del padre de la novia era la más importante del lugar, con un gran patio delantero en el que habían levantado una tienda con capacidad para varios centenares de personas. Al acercarnos oímos los acostumbrados sones de violines y guitarras, y vimos gran movimiento de gente dentro. Al entrar encontramos casi todos los vecinos del pueblo –hombres, mujeres y niños- reunidos y apretujados de manera que apenas dejaban sitio a los bailarines; porque en esas ocasiones no se daban invitaciones, sino que se esperaba que asistiera todo el mundo, aunque siempre hay diversiones privadas dentro de la casa para los amigos personales. 

   Las viejas estaban sentadas en fila, batiendo palmas al son de la música y aplaudiendo a los jóvenes. La música era animada, y entre las piezas que tocaron reconocimos algunos de nuestros aires populares, que sin duda habíamos tomado de los españoles. El baile me decepcionó bastante. Las mujeres estaban erguidas, con las manos hacia abajo y pegadas a los costados, los ojos fijos en el suelo ante ellas, y se desplazaban casi sin un movimiento perceptible, ya que no se les veían los pies por el volante del vestido, que formaba a su alrededor un círculo completo que llegaba hasta el suelo. 

   Estaban serias como si ejecutasen alguna ceremonia religiosa, con la cara tan inmóvil como sus brazos, y en resumen, en vez de los vivos y fascinantes bailes españoles que yo había esperado, me encontré con que este fandango californiano era una sosería, en lo que se refería a las mujeres al menos. El papel de los hombres era más animado: bailaban con gracia y energía, moviéndose en círculo alrededor de sus inmóviles parejas, y exhibiendo sus figuras con gran lucimiento.

   Se habló bastante de nuestro amigo don Juan Bandini y, cuando apareció, que fue hacia el final de la velada, nos ofreció el baile más gracioso que he presenciado. Iba vestido, con unos pantalones blancos, muy bien cortados, chaqueta corta de seda oscura, con adornos alegres, calcetines blancos y zapatillas de fino tafilete en sus pies pequeñísimos. Su figura graciosa y delgada iba muy bien para el baile, y se movía con la exquisitez y elegancia de un cervatillo. Un toque ocasional de la punta del pie en el suelo parecía que era cuanto necesitaba para un largo intervalo de movimiento en el aire. Al mismo tiempo, no era rebuscado o florido, sino que más bien parecía reprimir una fuerte propensión a moverse. Fue calurosamente aplaudido, y bailó muchas veces hasta el final de la noche. 

   Después de la cena empezó el vals reservado a muy poca gente de razón y considerado de un gran refinamiento, y distintivo de la aristocracia. Aquí también, don Juan se lució bastante bailando con la hermana de la novia (doña Angustias, mujer guapa y querida por todos), en una variedad de bellas figuras, aunque para mí ofensivas, que duraron lo menos media hora, sin que nadie más interviniera. Ambos bailarines fueron repetida y calurosamente aplaudidos, los hombres y mujeres de edad saltaban de sus asientos de admiración, y los jóvenes agitaban sus sombreros y pañuelos. A decir verdad, me pareció que el vals había encontrado su lugar apropiado entre la gente del carácter de estos mexicanos. 

   La gran diversión de la noche –que supongo que se debió a que era carnaval- fue romper huevos, rellenos de colonia y otras esencias, en la cabeza de los presentes. Se hace al huevo un agujero en un extremo, se le extrae el contenido, luego se rellena con un poco de colonia, y se sella. Las mujeres llevan consigo bastantes escondidos, y la diversión consiste en romper uno en la cabeza de un caballero cuando está de espaldas. Entonces por galantería, el caballero está obligado a descubrir a la dama y devolverle el cumplido; aunque no debe hacerlo si la dama le ve.

   Un señor de ademán solemne, inmensas patillas grises y aspecto de gran importancia, estaba de espaldas a mí, cuando noté que una mano ligera se posaba sobre mi hombro; y al volverme vi a doña Angustias (a la que todos conocíamos, ya que había ido a Monterrey y había vuelto en el Alert) con el dedo en los labios, me apartó a un lado sigilosamente; retrocedí un poco, se acercó ella al señor por detrás, y con una mano le quitó el norme sombrero, y a la vez, con la otra, le rompió el huevo en la cabeza; y saltando detrás de mi, desapareció en un segundo. El señor se volvió lentamente, con la colonia corriéndole por la cara y mojándole la ropa al tiempo que de todas partes prorrumpían sonoras carcajadas. Miró a su alrededor en vano durante unos momentos, hasta que la dirección de numerosos ojos rientes le indicó a la bella ofensora; era su sobrina, y gran favorita suya, así que el viejo don Domingo tuvo que unirse a las risas. 

   Hubo gran cantidad de jugarretas, y se llevaron a cabo multitud de agudas maniobras entre las parejas más jóvenes, y cada hazaña lograda era celebrada con una risa general.

   Otra costumbre singular me tuvo perplejo durante un rato: estaba bailando una joven bonita, llamada –lo que nos pareció una costumbre sacrílega del país- Espíritu Santo, cuando se le acercó por detrás un joven y le puso su sombrero de forma que le cubrió los ojos, saltó atrás y se mezcló con la multitud. La chica siguió bailando un rato con el sombrero puesto, hasta que lo arrojó, lo que arrancó un grito general; y el joven se vio obligado a salir a la pista a recogerlo. Algunas damas a las que les pusieron un sombrero en la cabeza lo arrojaron enseguida, otras continuaron con él durante todo el baile y se lo quitaron al final, aunque siguieron teniéndolo en sus manos, hasta que los dueños dieron un paso, y con una inclinación de cabeza lo tomaron de ellas. 

   Casi enseguida caí en la cuenta del significado de esto, y más tarde me dijeron que era un cumplido, y un ofrecimiento de convertirse en galán de la dama durante el resto de la noche, y acompañarla hasta su casa. Si ésta arrojaba el sombrero al suelo quería decir que rechazaba el ofrecimiento, y el caballero se veía obligado a recogerlo entre la risa general. Algunos caballeros proporcionaron mucha diversión poniéndoles el sombrero a las damas y evitando que vieran quien había sido; esto las obligaba a arrojarlo al suelo, o a arriesgarse a conservarlo; y cuando descubrían al dueño, solían ser ellas las que provocaban hilaridad.

   Hacia las diez nos mandó llamar el capitán, y regresamos contentos a bordo, ya que esta celebración nos había hecho disfrutar, y nos daba importancia ante el resto de la tripulación, porque teníamos muchas cosas que contar, aparte de la perspectiva; de acudir todas las noches hasta que terminara; porque estos fandangos suelen durar tres días por lo general. Al día siguiente, nos enviaron a dos al pueblo, con el encargo de volver por casa del capitán De la Guerra, y y echar una mirada al entoldado. Aún estaban allí los músicos, en la plataforma, tocando y rasgueando, y unos cuantos, de las clases inferiores al parecer, bailando. 

   El baile dura, con pausas intermedias, todo el día; pero la multitud, la alegría y la sociedad escogida llegan por la noche. La noche siguiente, la última, estuvimos igualmente en tierra, hasta que casi nos cansamos del tañer monótono de los instrumentos, los cantos arrastrados de las mujeres con los que acompañaban y las palmas acompasadas con la música en vez de castañuelas. Nos encontramos con que éramos objeto de mayor atención que nadie de cuantos había allí. Nuestros uniformes marineros –nos tomamos todo el trabajo para ir limpios y aseados- fueron muy admirados, y nos invitaron desde todos los rincones a exhibir un baile marinero americano; pero después del ridículo que habían hecho algunos de nuestros compañeros intentando bailar como los españoles consideramos que era mejor dejarlo a su imaginación.

   Nuestro agente, con un chaqué ajustado recién importado de Boston y corbata almidonada, iba hecho un brazo de mar, y con lo único libre que tenía, las manos y los pies, salió a la pista después de Baldini. Y pensamos que ya habían soportado suficiente gracia yanqui.

   La última noche la celebraron con gran distinción. Y estábamos empezando a pasarlo bien.

   
  Cuando el capitán nos llamó para regresar bordo. Porque, como empezábamos la estación de los sudestes, tenía miedo de demorarse tiempo en tierra; y estuvo acertado, ya que esa misma noche largamos cable; como remate a nuestra diversión en tierra, pusimos proa a un sudeste que duró doce horas, y volvimos a nuestro fondeadero al día siguiente”



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Gaspar de Oreña y María Antonia de la Guerra


lunes, 25 de abril de 2016

Gaspar de Oreña Gómez y María Antonia de la Guerra Carrillo

Placa colocada encima de la puerta de entrada de la capilla del Sagrado Corazón de Jesús


GASPAR DE OREÑA GÓMEZ (n. 1824 Padruno, m. 1903 Santa Bárbara (California) y MARIA ANTONIA DE LA GUERRA CARRILLO (n. 1827 Santa Bárbara, m. 1916 Santa Bárbara), casados el 5 de enero de 1854 en La Misión de Santa Bárbara (California).

Sus hijos: Leopoldo (1855-1912), Darío (1856-1937), Orestes (1858-1930), María Matilda (1859-1860), María Anita (1864-1880), Arthur (1865-1936), Serena (1869-1943) y Mª Acacia Teresa (1872-1958).

Administrador con residencia en Santa Bárbara.




GASPAR  era hijo de Lorenzo Oreña Cayuso (n. 1795 Oreña, m. Cádiz) y María Gómez de la Guerra (n. 1796, m. 1886 Oreña).

Sus hermanos: Bernarda (1818-1892) y Lorenzo (1829-).

Era nieto paterno de Diego Oreña Ramos (n. 1764 Oreña, m. 1843 Perelada) y María Cayuso Bustillo (n. 1769 Oreña, m. 1827 Perelada).

Era nieto materno de Cosme Gómez Escandón (n. Pesués) y Matilde de la Guerra Noriega (n. 1774 , m. 1850 Caborredondo).



MARÍA ANTONIA era hija de José Antonio de la Guerra Noriega (n. 1779 Novales, m. 1858 Santa Bárbara) y Antonia Mª Juliana (n. 1785 Santa Bárbara, m. 1843 Santa Bárbara).

Sus hermanos: José Antonio (), Juan (), Angustias (1815-1890), Francisco (), Pablo (1819-1874), Teresa (), Joaquín (), Miguel (), Antonio María (1825-1881) y Anita ().

Era nieta paterna de Juan José de la Guerra y Díaz de Palencia (n. 1738 Novales, m.) y María Teresa de Noriega Cossío y Ceballos.

Era nieta materna de José Raimundo Carrillo y María Tomasa Lugo.



Anecdotario:

Darío y Arthur hacen entrega  a los párrocos de Oreña  don Julián Palazuelos y D. Joaquín Palacios diversas cantidades hasta completar  las 38.397 pesetas para la construcción y aprovisionamiento de una capilla en el barrio de San Roque de Oreña y  en el mes de junio de  1929 la  ceden al Obispado.


“Que es nuestro deseo favorecer a los vecinos del pueblo de Oreña provincia y diócesis de Santander (España) de donde eran nuestros ascendientes y facilitarles la asistencia ala Santa Misa y otras prácticas del culto católico en consideración a la gran distancia que hay a la iglesia parroquial”


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Dolores Borbolla: Pérez


miércoles, 20 de abril de 2016

LA LEYENDA DE LA CUEVA CUALVENTI (2ª PARTE)


La Leyenda de la Cueva Cualventi 

Por Valentín Usamentiaga Jareda (1969)


2ª parte


   LA CIGÜEÑA LLEGA A PIGÜEZO

   Mucho tiempo había pasado desde los acontecimientos de Cualventi y la paz era completa en el valle. Una noche llegó Salce a Cubías para dar una noticia a sus padres. Colva se encontraba mal y esperaban un descendiente. Mandó Tía Cellisca a Salce que fuera a buscar a Tía Almora y acompañado por Vendaval que ya estaba con sus padres en la cueva de Hoyos, salieron para Cubías, desde donde fueron Tía Cellisca, Tía Almora, Salce y Vendaval hacia Pigüezo, donde con mucho trabajo subieron con ayuda de estos a la cueva. Allí permanecieron las mujeres al cuidado de Colva hasta que esta trajo al mundo un niño extraordinario comparado con los demás. Su apariencia era la de un ser gigante, se crió con buena salud poniéndole por nombre León. Al cabo de los años, cada uno que cumplía coincidía con la salida de las crías de cuervo que había a dos metros de altura por encima de la cueva.

   Salce, cada vez que las crías de cuervo desaparecían, subía una bola del mar y la almacenaba en un rincón de la entrada de la cueva. Vendaval y Salce habían organizado una salida de caza y salieron de mañana, quedando sola Colva con León en la cueva. Era mediodía cuando Colva se disponía a preparar la comida, encaramose León por una de las paredes de la cueva en busca de una piel de zorro que tenía Salce curtiendo en lo alto dejando ver el rabo de ésta y, cuando fue a cogerla, resbaló y tuvo una aparatosa caída rodando de piedra en piedra hasta caer al fondo de la cueva donde hay dos pequeños lagos que gracias a estos pudo salvar la vida.

  No pudo evitar que en la caída rozara con un saliente de la piedra y se hiciese una enorme brecha en la frente. A los gritos de León llegó Colva que al sacarle con todo el rostro ensangretado se asustó y empezó a gritar, pero nadie la podía oír, ni ella podía salir por sí sola. No sabía qué hacer, pues León sangraba mucho, de momento pensó taparle la brecha con la piel de un topo y sujetándola con unas juncias logró que dejara de sangrar. León estaba sin conocimiento y así quedó hasta el anochecer que llegaron Salce y Vendaval. Al oírles, Colva, salió dando gritos, subiendo los hombres en un momento y al ver a León quedaron impresionados.

   Salce mandó a Vendaval que fuese a Cubías donde sus padres y les contara el caso para que vinieran enseguida, cosa que así hicieron y, antes, entre Salce y Vendaval le subieron a la cueva.

   Tío Sabiedes, al darse cuenta de la gravedad de su nieto, le dio a Vendaval estas instrucciones:
-vete ahora a Cualventi, vas a saludar a Tío Búho y Tía Nietova contándoles lo ocurrido, sin que nadie sepa nada de lo que ocurre y ellos sabrán lo que hay que hacer-.

   Así lo hizo Vendaval y al llegar a Cualventi, fue directamente al apartado de los brujos y éstos al verle adivinaron que algo grave ocurría. Se lo contó Vendaval el caso y Tío Búho dijo: -Serénate que nadie se dé cuenta, que ahora voy a solucionarlo-.

   Salió el brujo y fue donde Tío Congrio y Tía Arnica diciéndoles: -Tengo aquí a Vendaval a hacerme una visita. Vamos a ver –le dijo a Tía Arnica-.

   Salieron los tres al reservado del brujo donde saludaron a Vendaval y al preguntarle por Tío Alicuerno y Tía Almora se adelantó Tío Búho y les dijo: -Creo que anda mal de una caída pues se hizo una brecha en la cabeza bastante grave.

   El Tío Congrio dijo que irían enseguida a curarle pero se opuso el brujo haciéndole ver lo que ocurriría con Tío Cualventi al enterarse.

   -Lo que puedes hacer es que les des tus medicinas y le cures como tu le mandes-.

   Los remedios de Tío Congrio y Tía Arnica así se hicieron y Tío Congrio vino al momento con dos cuernos de toro el uno con ungüento de ortigas –que consistía en ortigas machacadas con sebo de lagarto-, pero antes, tenía que lavarle la herida con agua de nogal y piel de erizo de castañas pilongas que contenía el otro cuerno y le taparan la herida con el filtro que tienen las cañas en los nudos, tapándola después con pieles de topos.

   Vendaval dio las gracias a todos y se despidió de muchos habitantes de la cueva y ya, cuando no les vio empezó a correr y al poco llegó a Pigüezo.

   Subió a la cueva y allí estaba León sin conocimiento todavía. Vendaval hizo las curas tal como le mandó Tío Congrio, al lavarle la herida se horrorizaron de lo terrible que era. Después de curado lo acostaron cerca de la lumbre y allí quedó rodeado de sus padres y abuelos. Vendaval fue a su cueva de las Ojáncanas a comunicarle a Tío Alicuerno y Tía Almora lo que pasaba y ya de noche salieron los tres para Pigüezo donde pasaron la noche con los familiares. Hasta el mediodía del día siguiente no empezó a recobrar el conocimiento León quien rompió a llorar dando fuertes gritos.

   Aquel día se quedaron allí todos y al anochecer ya daba claros síntomas de mejoría León y, Tío Alicuerno y Tía Almora abandonaron la cueva para marcharse a la suya acompañándoles Vendaval, regresando luego, ya que las curas corrían a su cargo y seguiría las instrucciones del curandero al pié de la letra.

   Al día siguiente León tenía mucha fiebre, esto les inquietó mucho y Vendaval, sin mediar palabra, salió de la cueva dirigiéndose a Cualventy de nuevo.

   Fue en busca del brujo y le contó lo que pasaba.

   Este fue donde Tío Congrio diciéndole qué pasaba y le contestó lo siguiente: -al llegar le ponéis una hoja de lechuga debajo del sobaco izquierdo. Si al rato se pone negra y se encoge le dais caldo de setas y a continuación leche de cabra-.

   Con estas instrucciones salió Vendaval para la cueva e hizo todo cuanto mandó el curandero y, efectivamente la hoja de lechuga casi desapareció en un momento, le dieron enseguida el caldo de setas y a continuación la leche, luego se quedó dormido.

   Cuando se despertó se sentía mucho mejor y en unos días ya estaba casi bien, no así la herida que tardó mucho tiempo en cicatrizar.

   El Tío Cualventi pasaba los días meditabundo y cabizbajo. Sus fueros habían desaparecido y Tía Costala en un moscón que de una manera permanente le repetía siempre lo mismo: -por tu culpa, por tu culpa estoy sola…

   ¡Cuánto hubiese dado el Tío Cualventi por saber todo lo que los brujos y algunos más sabían! Pero en muchos años no pudo saber nada. Para él Colva y Salce habían desaparecido para siempre. Poco sabía él que Salce lo veía casi todos los días.

   La Tía Cotorra no cesaba de viajar y hacer visitas a Hoyos y Cubías, pero jamás pudo ver algún indicio de esperanza con que aliviar a Tía Costala y Tío Cualventi.

   Fue en busca del brujo y le contó lo que pasaba.

 
 LEÓN DA SEÑALES DE VIDA

   Pasaron unos años y León todos los días se practicaba en el manejo del arco y la lanza, debajo de la enorme visera que tiene la lastra de Pigüezo, bajo la dirección de Salce. Ya, llegó al extremo de poner la flecha donde ponía la vista de sus ojos y algún tiempo después ya salía de caza solo.

   Tuvo grandes encuentros con las fieras pero, su enorme corpulencia y su habilidad le sacaba siempre adelante. Varias veces vio a los hombres de Cualventi, pero se escondía y ellos no le vieron nunca; así es que él no conoció a ningún hombre de la tribu de su abuelo aunque ya sentía curiosidad por conocerlos.

   LAS GRANDES MAREAS

   Llegó la primavera, era una mañana hermosa y el mar había dejado al descubierto sus mejores mariscos que él acostumbraba recoger por la noche. Estaba el mar un poco picado del nordeste y León contemplaba desde la puerta de su cueva el hermoso espectáculo. En esto, cayó una pequeña china a su vera, miró hacia arriba y vió que había sido el cuervo al estirar el ala pues estaba cerca el nido, disfrutando de un merecido descanso después de traerle la comida a su compañera la cuerva quien estaba clueca en el nido. Distraído estaba y fue a posar su vista sobre una pila de bolas del mar que en el recodo estaban apiladas. Se fue hacia ellas y púsose a contarlas. El ya sabía qué querían decir, eran dieciséis y cuando la cuerva se levantara del nido y salieran los polluelos serían diecisiete las piedras almacenadas y por tanto León cumpliría diecisiete años.

   Seguía allí pensando esto cuando se desvió hacia un lado, pues en el puntal de Sacamijo, frente por frente había tres hombres mariscando. Les contempló un rato. De pronto, al hacer fuerza para extraer un marisco se rompió el sílex y cayó uno de ellos al agua. León que lo estaba viendo sin pensarlo saltó de la cueva bajando unos pasos y se lanzó al agua para reaparecer a flote con el hombre a su espalda. Nadó más de ochenta metros hasta salir a la lastra de Sacamijo, cogió a aquel hombre y lo llevó hasta la braña. Dejole en el suelo boca abajo dándole unas friegas y volvió en sí, al tiempo que al verle la cara de su salvador y observar su gran cicatriz reaccinó asustado y quiso ponerse en pié al tiempo que llegaron los dos hombres que le acompañaron. Lo primero que vieron fue un gigante con una enorme cicatriz en la frente, pero no les dió tiempo a ignorar un solo detalle excepto la cicatriz, pues León al verles llegar desapareció y en unos segundos llegó a la cueva y contoles a sus padres lo ocurrido.

   Los dos hombres que acompañaban a Tío Cualventi eran Patas Cortas y el Tío Roca, los cuales asustados cogieron por los brazos a Tio Cualventi y salieron para la cueva. No cambiaron palabra en todo el camino pero en sus caras conoció la tribu que algo había ocurrido. Llevaron a Tío Cualventi a su interior y le acostaron.

   Tío Congrio mandó a Tía Costala que le diese una toma de caldo de pato marino y no le molestasen.

   La noticia pasó de boca en boca por todos los habitantes de la tribu, pero Patas Cortas contaba el accidente como cosa fantástica y al mencionar al gigante salvador lo hacían con tan serio semblante que todos cogieron miedo.

   Tío Cualventi, tuvo aquella noche un sueño fantástico, vió animales prehistóricos desconocidos y cuando estaba en el agua, unos monstruos y un enorme pulpo que con sus tentáculos le iban a agarrar cuando se vió suspendido por una fuerza invisible y ya no vió más. Cuando quiso reaccionar se vió en la braña ante un gigante con una cicatriz en la frente y desapareció. Pero el Tío Cualventi tenía una gran intranquilidad y por su cabeza le pasaban las más diversas ideas: unas veces pensaba que el hombre de la cicatriz era la maldición de la tribu; otras, pensaba lo contrario y así era, pues, si hubiese obrado de mala fe no se vería de nuevo en la tribu, sino al contrario, estaría en el fondo del mar.

   Pasó el día bastante tranquilo el Tío Cualventi, más apenas pudo dormir, y, al amanecer, llamó a Gamo y le dijo: -Vas a correr todas las tribus de los contornos y preguntas quién es el gigante de la cicatriz en la frente, y si le encuentras le traes aquí; para ello le darás antes las gracias, invitándole en nombre de la tribu-.

   Así lo hizo Gamo y contestole que en ninguna tribu se encontraba el hombre de la cicatriz. Esto puso aún más pensativo al jefe de la tribu pero no sólo a él, también al resto de la tribu, a excepción de los pocos que le conocían. Estos lo explotaban bien, pues cuando les convenía le pintaban como un vengador terrible y en ocasiones como el salvador de la tribu.

   REAPARECE EL GIGANTE DE LA CICATRIZ

   Bastante tiempo llevaba la tribu en paz, no había carne en la tribu y Tío Cualventi organizó una partida de caza: saldrían al amanecer y prepararían una emboscada a las fieras en la fuente de las Pilas. Habían ocupado los puestos clave y así aguardaron unas horas, empezaron a oír ruido y las roturas de ramas, zarzas y todo lo que encontraban a su paso. Era un grupo de bisontes jóvenes que venían a saciar su sed, estos, unos metros antes de llegar al agua olieron a los hombres de Cualventi y sin separarse tomaron rumbo de Balcao.


   La partida salió tras ellos y Tío Almendro que relevó a Tío Acebo, mandó que los fueran cercando hacia el fondo de Balcao junto a las Vigirrías y con grandes voces lo consiguieron tomando todos los puntos de las alturas desde donde podían dominarlos.

   León también había salido aquella mañana de su cueva y había pasado muy cerca de Cualventi, pues quería conocer a la tribu sin que ellos le vieran y al llegar al Caracolero se sentó a descansar y beber agua. Al salir de la cueva empezó a oír voces y al darse cuenta de lo que ocurría siguió  a las Vigirrías y se subió a un enorme roble desde donde seguía toda la maniobra que dirigía Tío Almendro.

   Estaba pensando que la maniobra que hacía era la misma que unos días antes hicieran Vendaval y él, según las órdenes que le daba su padre. Debajo de él se habían situado dos hombres a uno le reconoció pues acompañaba a aquel hombre que un día sacó del mar en Sacamijo. Era Patas Cortas; León allí estuvo sin moverse vigilando la maniobra hasta que metieron a los bisontes en el recodo del Oeste.

   Ya salieron los hombres con sus arcos pues los tenían cercados y empezaron a lanzar flechas; los animales no caían a tierra, sus heridas los enfurecían de tal manera que empezaron a hacerles frente y ya rodaban por el suelo hombres y bisontes.

   La sangre de aquellos animales brotaba por todo el cuerpo, también manaba de algunos rostros de los hombres. Dos bisontes ya estaban tendidos en tierra pero quedaban tres que se habían vuelto locos. Los dos hombres que antes estaban debajo de León se veían ahora bajo los cascos de una de las fieras que les acometían sin compasión. Auxilio pedían a sus compañeros, pero estos, se veían en igual trance al tener que desembarazarse de los que les acometían a ellos.

   León, que hasta ahora permanecía inmóvil, al ver la muerte segura de aquellos hombres se arrojó desde lo alto lanza en mano y fue a caer encima de un bisonte que rodó por tierra y, cuando trató de levantarse, este ya no pudo hacerlo pues su lomo estaba atravesado por la lanza de León. Sacó la lanza León del cuerpo del bisonte y dirigiose hacia donde estaba el otro grupo que se veían perdidos. Estas fieras estaban de espaldas y él dió tal lanzazo al primero que le traspasó el corazón al tiempo que lanzaba un terrible mugido y rodó por tierra. Se fue hacia los dos que quedaban y repitió la misma operación, dejando en tierra a uno de ellos malherido. A los mugidos que pegaba este, el último salió corriendo a gran velocidad y León, cansado se quedó en pié un rato sobre la lanza.

   Los hombres de Cualventi no huyeron, aunque no pudieron hacerlo pues todos estaban malheridos. Todos tenían los ojos clavados en aquel gigante que tan providencialmente les había librado de una muerte segura.

   León respiró fuerte, echó una mirada alrededor y salió corriendo después de recoger su arco dirigiéndose al Virdio, subió a lo alto y empezó a dar gritos de auxilio en dirección a Cualventi.

   La primera en oir los gritos fue la Tía Cotorra que puso en pié a toda la tribu y el Tío Cualventi salió con todos los hombres que allí había y al llegar a Virdio no había nadie, pero, mandó a los hombres que se desplegaran y los primeros siguieron la dirección de Vigirrías, oyeron los lamentos antes de ver a los heridos. Cuando llegaron y vieron el espectáculo no sabían a qué atender. Dieron gritos y, al momento llegó el resto de la tribu con Tío Cualventi al frente.

   Tío Congrio y Tía Arnica comenzaron a curar a los heridos, se agotaron todos los cuernos que contenían las medicinas. El que mejor había salido de la matanza era Patas Cortas quien contó lo ocurrido y si hasta ese momento aquellos hombres allí caídos habíanles considerados héroes, esto duró muy poco. Cuando Patas Cortas refirió que gracias al gigante de la cicatriz habían salvado la vida, todos se quedaron sin respiración por el momento y sobre todo, Tío Cualventi, que permaneció mudo por mucho tiempo.

   Por fin reaccionó y mandó cargar con los heridos pero el que se encontraba mal era Tío Almendro para quien hubo que cortar dos ramas y unas veligarzas, improvisaron una camilla y entre dos, relevándose, pudieron llegar todos a la cueva.

   Algunos días después, ya los hombres estaban en franca mejoría y con ello dio comienzo las conversaciones que todas giraban en la misma persona EL GIGANTE a quien la tribu le consideraba su dios.

   Tío Cualventi oyó todas estas pláticas con las cuales, después no dormía y pasábase las noches discutiendo con Tía Costala. Tío Cualventi veía en estos casos una maldición y Tía Costala, por el contrario, que era un hombre a quien la providencia mandaba salvar a la tribu cuando se encontraba en peligro.

   ¿Quién sería ese gigante? Decía Tía Costala.

   Si ella hubiese sabido que era su nieto, el hijo de Colva que ella no dejaba de llorar, creyéndola desaparecida …

   Tía Cotorra, llegó a hablar con Tía Costala y comentando lo ocurrido, los más fantásticos pensamientos le venían a la cabeza. Así charlaban las dos mujeres hasta que llegó Tío Cualventi y mandó a Tía Cotorra a su aposento.

   León llegó a Pigüezo y contó a sus padres lo ocurrido, estos se impresionaron mucho pues no sabían si entre los heridos graves estaba su padre, al cual León no conocía, pero, comentando esto llegó Vendaval al cual mandó Salce fuese a Cualventi a enterarse sin que estos no sospechasen nada. Así lo hizo y al llegar, se fue directamente donde el brujo y este le contó cómo estaban los heridos.

   El peor de ellos estaba Tío Almendro y creían que no tenía gravedad. Mucho se rieron Tío Búho y Vendaval con los comentarios del gigante, que estos eran con Tía Nietova los únicos de la cueva que le conocían y sabían donde estaba. Regresó Vendaval a Pigüezo y refirió a Salce y Colva todo, pues el Tío Cualventi no estaba en la cacería y nada le había ocurrido.

   El Tío Hurón y Tía Alisa tuvieron que hacer dos cestos más, pues los que había en la tribu no bastaban para ir a Cabezón a buscar sal. Hizo falta una gran cantidad para salar los cuatro bisontes, a pesar de que parte de la carne también se ahumó pues la gruta última de la izquierda de la cueva que habitaban para salar, nunca se había visto tan repleta de carne como en aquella ocasión. Ahora la tribu tenía cubierta sus necesidades de carne para mucho tiempo.

  
EN LO QUE PARÓ EL DRAMA DE CUALVENTI

   Una terrible tormenta con agua y temporal azotaba la comarca, los árboles arrancados, las ramas rotas y los caminos inundados eran el resultado de la tormenta. Tío Cualventi, viejo y achacoso no dormía, le pasaban muchas cosas por la cabeza, sería la medianoche cuando salió una voz de la cueva que decía:

  Mañana mismo, mañana mismo …

   Tío Cualventi deliraba, Tía Costala asustada agarró a Tío Cualventi y preguntó que le pasaba, este no contestó nada.

   Al amanecer salió de la cueva sin decir nada, siguió el río y llegó a Rodero. Allí, tenía cortado el paso por una enorme alisa arrancada de cuajo que le cruzaba el camino. Tío Cualventi calzaba mocasines de piel de toro confeccionados por Tío Sabiedes y Tía Cellisca.

   Tío Cualventi, tenía la cabeza metida en la cueva de Cubías; quería volverá tener relaciones con Tío Sabiedes y Tía Cellisca y desde allí iría a Hoyos, a las cuevas de las Ojáncanas y haría las paces con los que allí vivían.

   Miró la forma de pasar por encima de la alisa pero era difícil, por fin lo intentó y cuando estaba en lo alto resbaló con los mocasines dando una caída aparatosa, quedando sin conocimiento.

   También León después de comer salió para Hoyos por encargo de sus padres para ver cómo habían salido Tío Alicuerno, Tía Almora y los demás de aquella tan peligrosa tormenta. Cubías era un mar de agua y tenía que llegarse a Rodero y por una gran alisa con una rama larga, solía saltar el río, pero, unos metros antes, ya vió que la alisa estaba en el suelo. Llegó hasta ella y quedóse cortado, a sus pies había un hombre al parecer muerto y sangrando por la cara. Examinole y vió que era un viejo, cargó con él llevándole a Cubías. Ya estaba cerca cuando aquel hombre volvió en sí, le sentó en el suelo, pero este al ver a León quiso reaccionar y perdió otra vez el conocimiento. Volvió nuevamente a cargar con él hasta la cueva del Tío Sabiedes y Tía Cellisca, estos se aterrorizaron pero el ver que era el Tío Cualventi mandaron a León por Salce y Colva los cuales llegaron enseguida.

   Cambiaron de pieles a Tío Cualventi, le acostaron y diéronle una toma de caldo de gaviota, Colva temblaba de emoción y Salce tenía miedo, no así León que presenciaba la escena con absoluta tranquilidad.

   Fue volviendo en sí Tío Cualventi y al abrir los ojos lo primero que vió fue a una mujer que tenía un gran parecido a su hija, se sentó y dijo: -Tú, ¿Quién eres?

   Colva no contestó, se abrazó a su padre llorando al tiempo que Tío Cualventi rompió a llorar dando gritos y llamando a todos los que echara de la cueva, pues, teniendo a parte de ellos no les veía, pues estaba ciego de emoción.

   Calma, calma, -Le dijo Tío Sabiedes-.

   Pero, ahora tenía abrazada a su hija y no se desprendía de ella. Fuéronle calmando y por fin, sereno, llamó a Salce, le pidió perdón y abrazó a León, diciendo: -Este es mi nieto, este es mi nieto. No me digáis que no-.

   León abrazó a su abuelo y le dijo: -Sí. Yo soy su nieto, el hijo de Salce y Colva.

   En una hora, al Tío Cualventi se le habían quitado veinte años de encima y con gran tranquilidad llamó a su nieto y dijo: -Vas a la tribu donde tu abuela, preguntas por ella y le dices que prepare una fiesta, la mayor que se haya dado en la cueva-.

   Así se hizo, emprendió la marcha y al llegar a la alisa de Rodero y dar el salto se encontró con una mujer que al verle salió dando gritos, esta mujer, no era otra que Tía Urraca que iba a fisgar a Cubías, como de costumbre y nunca pudo encontrarse con el gigante de la cicatriz.

   Siguió León y muy cerca de la cueva iban dos mujeres con un gran cántaro de barro lleno de agua, al darles alcance León, pegaron un grito, soltaron el cántaro, este, se rompió y ellas se perdieron en la espesura del bosque.

  No hizo caso León y siguió hasta llegar a la terraza, encontrose con una veintena de hombres que acudieron a los gritos de Tía Lagarta y Tía Villería, pero, al encontrarse con León dieron marcha atrás y se perdieron, lo mismo hicieron los demás, las mujeres se metieron en la cueva y solo ante esta se encontró León. Este no veía a nadie y por fin se decidió a llamar a Tía Costala, volvió a llamar y por fin, salió con mucho recato y al verle dijo ella: -Tu ¿quién eres?.

   Soy León, el hijo de Salce y Colva, que me manda aquí mi abuelo a decirle a usted que prepare la mejor fiesta que se haya dado en la cueva.

   Mi nie… y se desmayó Tía Costala. Levantola León y siguió dando gritos: -Mi nieto … mi nieto y abrazada a León, fueron viniendo hombres y mujeres, todos contemplaban a León como a un dios.

   Tía Costala le acosaba a preguntas: -¿Dónde está Colva? ¿Dónde?

   Ya viene –contestó su nieto-.

   -Pero, ¿viene Colva?-.

   -Claro que sí, está con mi abuelo y todos vienen para acá-.

   Tía Costala mandó organizar una gran fiesta, todo era alegría más cuando llegó Tío Cualventi y Tío Sabiedes con los demás, aquello era apoteósico, sobre todo cuando Colva se abrazó a su madre, esta la creía muerta hacía muchos años. Así estuvieron hasta que Tío Cualventi dió una voz y mandó buscar a Tío Alicuerno y los demás habitantes de las Ojáncanas en Hoyos que habían habitado años atrás en la cueva de Cualventi. Estos acudieron allí, todo eran abrazos y alegría en la tribu que durante muchos años estuvo perseguida por la desgracia.

   La alegría era completa en Cualventi, todos los días eran fiestas, la comida no les preocupaba tenían carne para bastante tiempo y pan para todo el año, pues la cosecha de castañas, bellotas, avellanas y hayuco había sido extraordinaria que solamente traían algunos mariscos para variar la comida en la tribu.

   Mucho tiempo tardaron en deshacerse los corrillos comentando las aventuras desde que apareció el gigante de la cicatriz al que todos tenían pánico y resultara ser el hijo de Colva, y, por tanto, nieto de Tío Cualventi.

   Amanecía en Cualventi, el Tío Grajo salió con un enorme caracol y comenzó a dar bocinazos de atención, la tribu quedó toda reunida, algo importante ocurría en la cueva pues solo en estos casos Tío Grajo el Jorobado, hacía uso del enorme caracol.

   Reinaba un silencio sepulcral cuando apareció Tío Cualventi seguido de Tía Costala vestido con sus mejores pieles, tomó la palabra y se dirigió a la tribu en estos términos:

  -Yo, ya soy muy viejo y la tribu es muy numerosa y necesita de un jefe valeroso y joven, y que la providencia le había puesto en la tribu para seguir al mando de ella- No dejaron que continuara y todos empezaron a gritar ¡¡León!!, ¡¡León!!. Tuvo que hacerse uso del caracol el Tío Grajo para que callasen, y Tío Cualventi, muy orgulloso les dijo: -Desde este momento ese es el jefe de Cualventi, y todos le seguiremos a donde el nos mande.

   Tío Búho y Tía Nietova con sus grandes pieles de oso y dos enormes culebras disecadas en collares, formaban el tribunal, a sus pies una enorme lumbre con leña de laurel y cuernos de ciervo. Frente a ellos estaba León cubierto de una piel de cebra, un collar de dientes de tiburón y un gorro de piel de topo, allí estaba en posición firme con su enorme lanza en la mano, por el centro desfiló toda la tribu besándole los piés, al tiempo que el Tio Búho con una hoja de capaza los iba rociando con el humo de la hoguera, terminada la ceremonia la tribu tuvo muchos días de fiesta y cuando esto escuchaba el Tío Luna se oyeron voces y la voz del espíritu de Cualventi se apagó.”

   Se levantó Tío Luna y vió a los vecinos de Oreña que venían a buscarle pues era medianoche y el rebaño no había llegado al pueblo.

   Se enfadó mucho el Tío Luna que extasiado había pasado varias horas escuchando y, al llegar los vecinos tuvo que darles una explicación, pero  los vecinos tomaron tanto interés que encendieron la lumbre y allí amaneció, escuchando de boca de Tío Luna lo que el espíritu de Cualventi contara, y gracias a esto, podemos saber algo de los hombres antiguos que vivieron en la cueva de Cualventi de Oreña.


martes, 19 de abril de 2016

Su Legado

Ponemos en esta entrada a cinco eruditos que nos han dejado su legado escrito.

Nos extendemos a la Real Abadía de Santillana, en cuyo territorio los Abades ejercían la jurisdicción pleno jure desde 1512 hasta el  8 de noviembre de 1869, cuando  el lugar de  Oreña dejó de pertenecer a la Abadía y queda incorporado al Ayuntamiento de Alfoz de Lloredo.

En 1726 el lugar de Oreña era el  más importante en la Abadía con 26 vecinos que harían unos 150 habitantes.


Por orden de antigüedad:


Don Valentín Usamentiaga Jareda (1915-1991)


Retrato de D. Valentín Usamentiaga

Su obra escrita: "OREÑA pueblo con mil años" (1966), "La leyenda de Cualventi" (1969) y  "Apuntes históricos del pueblo de Oreña" (1973-1974).

Su biografía en:




Fray Mª Patricio Guerín Betts O.C.S.O. (1910-2002)


Fray Mª Patricio


En Altamira nº 60 (2002) Necrológica del P. Fr. Patricio Guerín Betts (O.C.S.O.) (Cisterciense) por D. José Mª del Val (O.F.M.)

Transcribimos: 

“La figura del P. Guerín, enfundada en su hábito monacal y su impermeable largo negro se hizo familiar a partir de los años “50” y hasta los “70”, por los húmedos caminos y carreteras de Cantabria, desplazándose en una sobria bicicleta, con su cartera de cuero en ristre; bajo los rigores del sol o de la lluvia hacia los archivos de Santillana o Santander, u otros parroquiales y particulares, donde frecuentemente acopiaba abundantes notas y reseñas para sus investigaciones; solo, así es posible comprender y abarcar su basta producción editada y por publicar; más de medio centenar de trabajos entre libros, artículos de revistas y colaboraciones. Perteneció a la Institución Cultural de Cantabria desde su fundación”.

Seleccionamos  de sus publicaciones en la Revista Altamira : “Los Quirós de Cóbreces” (1958), Nuevas aclaraciones acerca de los Quirós (1960) y “La iglesia de Cigüenza y los Tagle Bracho” (1962).



Don David Ruiz Rabre, Pbtro. (1902-1985)

D. David Ruiz Rabre

El archivo parroquial de Oreña, en  los 54 años que estuvo  Don David,  es  completo y ordenado. El libro de bautismos, el libro de matrimonios, el libro de finados y el  libro de fábrica contienen todos los hechos acaecidos  allí,  certificados por Don David,  son una garantía.

Su biografía en: Don David Ruiz Rabre   



Don Mateo Escagedo Salmón, Pbtro. (1854-1934)

Retrato de Don Mateo Escagedo

Con título honorífico de Abad de la Colegiata de Santa Juliana, que recibió del papa Pío XI en reconocimiento a su labor prestada.
La obra de las genealogías y linajes montañeses de don Mateo Escagedo, es la escritura de más autoridad y de mayor cumplimiento y certidumbre que en esta materia tenemos.
No se remonta nunca la antigüedad mayor de las que arrojan los documentos que maneja. 



Don Blas María de Barreda  Horcasitas (1783-1836)


"La Historia genealógica de la casa de Barreda" (1833)  justificada con documentos auténticos, que trabajó durante más de veinticuatro años, "Descripción, armas y origen de la casa Bracho en la Montaña" y "Vida de Santa Juliana, virgen y mártir", es  nombrado en 1835  correspondiente de la Real Academia de la Historia.