miércoles, 20 de abril de 2016

LA LEYENDA DE LA CUEVA CUALVENTI (2ª PARTE)


La Leyenda de la Cueva Cualventi 

Por Valentín Usamentiaga Jareda (1969)


2ª parte


   LA CIGÜEÑA LLEGA A PIGÜEZO

   Mucho tiempo había pasado desde los acontecimientos de Cualventi y la paz era completa en el valle. Una noche llegó Salce a Cubías para dar una noticia a sus padres. Colva se encontraba mal y esperaban un descendiente. Mandó Tía Cellisca a Salce que fuera a buscar a Tía Almora y acompañado por Vendaval que ya estaba con sus padres en la cueva de Hoyos, salieron para Cubías, desde donde fueron Tía Cellisca, Tía Almora, Salce y Vendaval hacia Pigüezo, donde con mucho trabajo subieron con ayuda de estos a la cueva. Allí permanecieron las mujeres al cuidado de Colva hasta que esta trajo al mundo un niño extraordinario comparado con los demás. Su apariencia era la de un ser gigante, se crió con buena salud poniéndole por nombre León. Al cabo de los años, cada uno que cumplía coincidía con la salida de las crías de cuervo que había a dos metros de altura por encima de la cueva.

   Salce, cada vez que las crías de cuervo desaparecían, subía una bola del mar y la almacenaba en un rincón de la entrada de la cueva. Vendaval y Salce habían organizado una salida de caza y salieron de mañana, quedando sola Colva con León en la cueva. Era mediodía cuando Colva se disponía a preparar la comida, encaramose León por una de las paredes de la cueva en busca de una piel de zorro que tenía Salce curtiendo en lo alto dejando ver el rabo de ésta y, cuando fue a cogerla, resbaló y tuvo una aparatosa caída rodando de piedra en piedra hasta caer al fondo de la cueva donde hay dos pequeños lagos que gracias a estos pudo salvar la vida.

  No pudo evitar que en la caída rozara con un saliente de la piedra y se hiciese una enorme brecha en la frente. A los gritos de León llegó Colva que al sacarle con todo el rostro ensangretado se asustó y empezó a gritar, pero nadie la podía oír, ni ella podía salir por sí sola. No sabía qué hacer, pues León sangraba mucho, de momento pensó taparle la brecha con la piel de un topo y sujetándola con unas juncias logró que dejara de sangrar. León estaba sin conocimiento y así quedó hasta el anochecer que llegaron Salce y Vendaval. Al oírles, Colva, salió dando gritos, subiendo los hombres en un momento y al ver a León quedaron impresionados.

   Salce mandó a Vendaval que fuese a Cubías donde sus padres y les contara el caso para que vinieran enseguida, cosa que así hicieron y, antes, entre Salce y Vendaval le subieron a la cueva.

   Tío Sabiedes, al darse cuenta de la gravedad de su nieto, le dio a Vendaval estas instrucciones:
-vete ahora a Cualventi, vas a saludar a Tío Búho y Tía Nietova contándoles lo ocurrido, sin que nadie sepa nada de lo que ocurre y ellos sabrán lo que hay que hacer-.

   Así lo hizo Vendaval y al llegar a Cualventi, fue directamente al apartado de los brujos y éstos al verle adivinaron que algo grave ocurría. Se lo contó Vendaval el caso y Tío Búho dijo: -Serénate que nadie se dé cuenta, que ahora voy a solucionarlo-.

   Salió el brujo y fue donde Tío Congrio y Tía Arnica diciéndoles: -Tengo aquí a Vendaval a hacerme una visita. Vamos a ver –le dijo a Tía Arnica-.

   Salieron los tres al reservado del brujo donde saludaron a Vendaval y al preguntarle por Tío Alicuerno y Tía Almora se adelantó Tío Búho y les dijo: -Creo que anda mal de una caída pues se hizo una brecha en la cabeza bastante grave.

   El Tío Congrio dijo que irían enseguida a curarle pero se opuso el brujo haciéndole ver lo que ocurriría con Tío Cualventi al enterarse.

   -Lo que puedes hacer es que les des tus medicinas y le cures como tu le mandes-.

   Los remedios de Tío Congrio y Tía Arnica así se hicieron y Tío Congrio vino al momento con dos cuernos de toro el uno con ungüento de ortigas –que consistía en ortigas machacadas con sebo de lagarto-, pero antes, tenía que lavarle la herida con agua de nogal y piel de erizo de castañas pilongas que contenía el otro cuerno y le taparan la herida con el filtro que tienen las cañas en los nudos, tapándola después con pieles de topos.

   Vendaval dio las gracias a todos y se despidió de muchos habitantes de la cueva y ya, cuando no les vio empezó a correr y al poco llegó a Pigüezo.

   Subió a la cueva y allí estaba León sin conocimiento todavía. Vendaval hizo las curas tal como le mandó Tío Congrio, al lavarle la herida se horrorizaron de lo terrible que era. Después de curado lo acostaron cerca de la lumbre y allí quedó rodeado de sus padres y abuelos. Vendaval fue a su cueva de las Ojáncanas a comunicarle a Tío Alicuerno y Tía Almora lo que pasaba y ya de noche salieron los tres para Pigüezo donde pasaron la noche con los familiares. Hasta el mediodía del día siguiente no empezó a recobrar el conocimiento León quien rompió a llorar dando fuertes gritos.

   Aquel día se quedaron allí todos y al anochecer ya daba claros síntomas de mejoría León y, Tío Alicuerno y Tía Almora abandonaron la cueva para marcharse a la suya acompañándoles Vendaval, regresando luego, ya que las curas corrían a su cargo y seguiría las instrucciones del curandero al pié de la letra.

   Al día siguiente León tenía mucha fiebre, esto les inquietó mucho y Vendaval, sin mediar palabra, salió de la cueva dirigiéndose a Cualventy de nuevo.

   Fue en busca del brujo y le contó lo que pasaba.

   Este fue donde Tío Congrio diciéndole qué pasaba y le contestó lo siguiente: -al llegar le ponéis una hoja de lechuga debajo del sobaco izquierdo. Si al rato se pone negra y se encoge le dais caldo de setas y a continuación leche de cabra-.

   Con estas instrucciones salió Vendaval para la cueva e hizo todo cuanto mandó el curandero y, efectivamente la hoja de lechuga casi desapareció en un momento, le dieron enseguida el caldo de setas y a continuación la leche, luego se quedó dormido.

   Cuando se despertó se sentía mucho mejor y en unos días ya estaba casi bien, no así la herida que tardó mucho tiempo en cicatrizar.

   El Tío Cualventi pasaba los días meditabundo y cabizbajo. Sus fueros habían desaparecido y Tía Costala en un moscón que de una manera permanente le repetía siempre lo mismo: -por tu culpa, por tu culpa estoy sola…

   ¡Cuánto hubiese dado el Tío Cualventi por saber todo lo que los brujos y algunos más sabían! Pero en muchos años no pudo saber nada. Para él Colva y Salce habían desaparecido para siempre. Poco sabía él que Salce lo veía casi todos los días.

   La Tía Cotorra no cesaba de viajar y hacer visitas a Hoyos y Cubías, pero jamás pudo ver algún indicio de esperanza con que aliviar a Tía Costala y Tío Cualventi.

   Fue en busca del brujo y le contó lo que pasaba.

 
 LEÓN DA SEÑALES DE VIDA

   Pasaron unos años y León todos los días se practicaba en el manejo del arco y la lanza, debajo de la enorme visera que tiene la lastra de Pigüezo, bajo la dirección de Salce. Ya, llegó al extremo de poner la flecha donde ponía la vista de sus ojos y algún tiempo después ya salía de caza solo.

   Tuvo grandes encuentros con las fieras pero, su enorme corpulencia y su habilidad le sacaba siempre adelante. Varias veces vio a los hombres de Cualventi, pero se escondía y ellos no le vieron nunca; así es que él no conoció a ningún hombre de la tribu de su abuelo aunque ya sentía curiosidad por conocerlos.

   LAS GRANDES MAREAS

   Llegó la primavera, era una mañana hermosa y el mar había dejado al descubierto sus mejores mariscos que él acostumbraba recoger por la noche. Estaba el mar un poco picado del nordeste y León contemplaba desde la puerta de su cueva el hermoso espectáculo. En esto, cayó una pequeña china a su vera, miró hacia arriba y vió que había sido el cuervo al estirar el ala pues estaba cerca el nido, disfrutando de un merecido descanso después de traerle la comida a su compañera la cuerva quien estaba clueca en el nido. Distraído estaba y fue a posar su vista sobre una pila de bolas del mar que en el recodo estaban apiladas. Se fue hacia ellas y púsose a contarlas. El ya sabía qué querían decir, eran dieciséis y cuando la cuerva se levantara del nido y salieran los polluelos serían diecisiete las piedras almacenadas y por tanto León cumpliría diecisiete años.

   Seguía allí pensando esto cuando se desvió hacia un lado, pues en el puntal de Sacamijo, frente por frente había tres hombres mariscando. Les contempló un rato. De pronto, al hacer fuerza para extraer un marisco se rompió el sílex y cayó uno de ellos al agua. León que lo estaba viendo sin pensarlo saltó de la cueva bajando unos pasos y se lanzó al agua para reaparecer a flote con el hombre a su espalda. Nadó más de ochenta metros hasta salir a la lastra de Sacamijo, cogió a aquel hombre y lo llevó hasta la braña. Dejole en el suelo boca abajo dándole unas friegas y volvió en sí, al tiempo que al verle la cara de su salvador y observar su gran cicatriz reaccinó asustado y quiso ponerse en pié al tiempo que llegaron los dos hombres que le acompañaron. Lo primero que vieron fue un gigante con una enorme cicatriz en la frente, pero no les dió tiempo a ignorar un solo detalle excepto la cicatriz, pues León al verles llegar desapareció y en unos segundos llegó a la cueva y contoles a sus padres lo ocurrido.

   Los dos hombres que acompañaban a Tío Cualventi eran Patas Cortas y el Tío Roca, los cuales asustados cogieron por los brazos a Tio Cualventi y salieron para la cueva. No cambiaron palabra en todo el camino pero en sus caras conoció la tribu que algo había ocurrido. Llevaron a Tío Cualventi a su interior y le acostaron.

   Tío Congrio mandó a Tía Costala que le diese una toma de caldo de pato marino y no le molestasen.

   La noticia pasó de boca en boca por todos los habitantes de la tribu, pero Patas Cortas contaba el accidente como cosa fantástica y al mencionar al gigante salvador lo hacían con tan serio semblante que todos cogieron miedo.

   Tío Cualventi, tuvo aquella noche un sueño fantástico, vió animales prehistóricos desconocidos y cuando estaba en el agua, unos monstruos y un enorme pulpo que con sus tentáculos le iban a agarrar cuando se vió suspendido por una fuerza invisible y ya no vió más. Cuando quiso reaccionar se vió en la braña ante un gigante con una cicatriz en la frente y desapareció. Pero el Tío Cualventi tenía una gran intranquilidad y por su cabeza le pasaban las más diversas ideas: unas veces pensaba que el hombre de la cicatriz era la maldición de la tribu; otras, pensaba lo contrario y así era, pues, si hubiese obrado de mala fe no se vería de nuevo en la tribu, sino al contrario, estaría en el fondo del mar.

   Pasó el día bastante tranquilo el Tío Cualventi, más apenas pudo dormir, y, al amanecer, llamó a Gamo y le dijo: -Vas a correr todas las tribus de los contornos y preguntas quién es el gigante de la cicatriz en la frente, y si le encuentras le traes aquí; para ello le darás antes las gracias, invitándole en nombre de la tribu-.

   Así lo hizo Gamo y contestole que en ninguna tribu se encontraba el hombre de la cicatriz. Esto puso aún más pensativo al jefe de la tribu pero no sólo a él, también al resto de la tribu, a excepción de los pocos que le conocían. Estos lo explotaban bien, pues cuando les convenía le pintaban como un vengador terrible y en ocasiones como el salvador de la tribu.

   REAPARECE EL GIGANTE DE LA CICATRIZ

   Bastante tiempo llevaba la tribu en paz, no había carne en la tribu y Tío Cualventi organizó una partida de caza: saldrían al amanecer y prepararían una emboscada a las fieras en la fuente de las Pilas. Habían ocupado los puestos clave y así aguardaron unas horas, empezaron a oír ruido y las roturas de ramas, zarzas y todo lo que encontraban a su paso. Era un grupo de bisontes jóvenes que venían a saciar su sed, estos, unos metros antes de llegar al agua olieron a los hombres de Cualventi y sin separarse tomaron rumbo de Balcao.


   La partida salió tras ellos y Tío Almendro que relevó a Tío Acebo, mandó que los fueran cercando hacia el fondo de Balcao junto a las Vigirrías y con grandes voces lo consiguieron tomando todos los puntos de las alturas desde donde podían dominarlos.

   León también había salido aquella mañana de su cueva y había pasado muy cerca de Cualventi, pues quería conocer a la tribu sin que ellos le vieran y al llegar al Caracolero se sentó a descansar y beber agua. Al salir de la cueva empezó a oír voces y al darse cuenta de lo que ocurría siguió  a las Vigirrías y se subió a un enorme roble desde donde seguía toda la maniobra que dirigía Tío Almendro.

   Estaba pensando que la maniobra que hacía era la misma que unos días antes hicieran Vendaval y él, según las órdenes que le daba su padre. Debajo de él se habían situado dos hombres a uno le reconoció pues acompañaba a aquel hombre que un día sacó del mar en Sacamijo. Era Patas Cortas; León allí estuvo sin moverse vigilando la maniobra hasta que metieron a los bisontes en el recodo del Oeste.

   Ya salieron los hombres con sus arcos pues los tenían cercados y empezaron a lanzar flechas; los animales no caían a tierra, sus heridas los enfurecían de tal manera que empezaron a hacerles frente y ya rodaban por el suelo hombres y bisontes.

   La sangre de aquellos animales brotaba por todo el cuerpo, también manaba de algunos rostros de los hombres. Dos bisontes ya estaban tendidos en tierra pero quedaban tres que se habían vuelto locos. Los dos hombres que antes estaban debajo de León se veían ahora bajo los cascos de una de las fieras que les acometían sin compasión. Auxilio pedían a sus compañeros, pero estos, se veían en igual trance al tener que desembarazarse de los que les acometían a ellos.

   León, que hasta ahora permanecía inmóvil, al ver la muerte segura de aquellos hombres se arrojó desde lo alto lanza en mano y fue a caer encima de un bisonte que rodó por tierra y, cuando trató de levantarse, este ya no pudo hacerlo pues su lomo estaba atravesado por la lanza de León. Sacó la lanza León del cuerpo del bisonte y dirigiose hacia donde estaba el otro grupo que se veían perdidos. Estas fieras estaban de espaldas y él dió tal lanzazo al primero que le traspasó el corazón al tiempo que lanzaba un terrible mugido y rodó por tierra. Se fue hacia los dos que quedaban y repitió la misma operación, dejando en tierra a uno de ellos malherido. A los mugidos que pegaba este, el último salió corriendo a gran velocidad y León, cansado se quedó en pié un rato sobre la lanza.

   Los hombres de Cualventi no huyeron, aunque no pudieron hacerlo pues todos estaban malheridos. Todos tenían los ojos clavados en aquel gigante que tan providencialmente les había librado de una muerte segura.

   León respiró fuerte, echó una mirada alrededor y salió corriendo después de recoger su arco dirigiéndose al Virdio, subió a lo alto y empezó a dar gritos de auxilio en dirección a Cualventi.

   La primera en oir los gritos fue la Tía Cotorra que puso en pié a toda la tribu y el Tío Cualventi salió con todos los hombres que allí había y al llegar a Virdio no había nadie, pero, mandó a los hombres que se desplegaran y los primeros siguieron la dirección de Vigirrías, oyeron los lamentos antes de ver a los heridos. Cuando llegaron y vieron el espectáculo no sabían a qué atender. Dieron gritos y, al momento llegó el resto de la tribu con Tío Cualventi al frente.

   Tío Congrio y Tía Arnica comenzaron a curar a los heridos, se agotaron todos los cuernos que contenían las medicinas. El que mejor había salido de la matanza era Patas Cortas quien contó lo ocurrido y si hasta ese momento aquellos hombres allí caídos habíanles considerados héroes, esto duró muy poco. Cuando Patas Cortas refirió que gracias al gigante de la cicatriz habían salvado la vida, todos se quedaron sin respiración por el momento y sobre todo, Tío Cualventi, que permaneció mudo por mucho tiempo.

   Por fin reaccionó y mandó cargar con los heridos pero el que se encontraba mal era Tío Almendro para quien hubo que cortar dos ramas y unas veligarzas, improvisaron una camilla y entre dos, relevándose, pudieron llegar todos a la cueva.

   Algunos días después, ya los hombres estaban en franca mejoría y con ello dio comienzo las conversaciones que todas giraban en la misma persona EL GIGANTE a quien la tribu le consideraba su dios.

   Tío Cualventi oyó todas estas pláticas con las cuales, después no dormía y pasábase las noches discutiendo con Tía Costala. Tío Cualventi veía en estos casos una maldición y Tía Costala, por el contrario, que era un hombre a quien la providencia mandaba salvar a la tribu cuando se encontraba en peligro.

   ¿Quién sería ese gigante? Decía Tía Costala.

   Si ella hubiese sabido que era su nieto, el hijo de Colva que ella no dejaba de llorar, creyéndola desaparecida …

   Tía Cotorra, llegó a hablar con Tía Costala y comentando lo ocurrido, los más fantásticos pensamientos le venían a la cabeza. Así charlaban las dos mujeres hasta que llegó Tío Cualventi y mandó a Tía Cotorra a su aposento.

   León llegó a Pigüezo y contó a sus padres lo ocurrido, estos se impresionaron mucho pues no sabían si entre los heridos graves estaba su padre, al cual León no conocía, pero, comentando esto llegó Vendaval al cual mandó Salce fuese a Cualventi a enterarse sin que estos no sospechasen nada. Así lo hizo y al llegar, se fue directamente donde el brujo y este le contó cómo estaban los heridos.

   El peor de ellos estaba Tío Almendro y creían que no tenía gravedad. Mucho se rieron Tío Búho y Vendaval con los comentarios del gigante, que estos eran con Tía Nietova los únicos de la cueva que le conocían y sabían donde estaba. Regresó Vendaval a Pigüezo y refirió a Salce y Colva todo, pues el Tío Cualventi no estaba en la cacería y nada le había ocurrido.

   El Tío Hurón y Tía Alisa tuvieron que hacer dos cestos más, pues los que había en la tribu no bastaban para ir a Cabezón a buscar sal. Hizo falta una gran cantidad para salar los cuatro bisontes, a pesar de que parte de la carne también se ahumó pues la gruta última de la izquierda de la cueva que habitaban para salar, nunca se había visto tan repleta de carne como en aquella ocasión. Ahora la tribu tenía cubierta sus necesidades de carne para mucho tiempo.

  
EN LO QUE PARÓ EL DRAMA DE CUALVENTI

   Una terrible tormenta con agua y temporal azotaba la comarca, los árboles arrancados, las ramas rotas y los caminos inundados eran el resultado de la tormenta. Tío Cualventi, viejo y achacoso no dormía, le pasaban muchas cosas por la cabeza, sería la medianoche cuando salió una voz de la cueva que decía:

  Mañana mismo, mañana mismo …

   Tío Cualventi deliraba, Tía Costala asustada agarró a Tío Cualventi y preguntó que le pasaba, este no contestó nada.

   Al amanecer salió de la cueva sin decir nada, siguió el río y llegó a Rodero. Allí, tenía cortado el paso por una enorme alisa arrancada de cuajo que le cruzaba el camino. Tío Cualventi calzaba mocasines de piel de toro confeccionados por Tío Sabiedes y Tía Cellisca.

   Tío Cualventi, tenía la cabeza metida en la cueva de Cubías; quería volverá tener relaciones con Tío Sabiedes y Tía Cellisca y desde allí iría a Hoyos, a las cuevas de las Ojáncanas y haría las paces con los que allí vivían.

   Miró la forma de pasar por encima de la alisa pero era difícil, por fin lo intentó y cuando estaba en lo alto resbaló con los mocasines dando una caída aparatosa, quedando sin conocimiento.

   También León después de comer salió para Hoyos por encargo de sus padres para ver cómo habían salido Tío Alicuerno, Tía Almora y los demás de aquella tan peligrosa tormenta. Cubías era un mar de agua y tenía que llegarse a Rodero y por una gran alisa con una rama larga, solía saltar el río, pero, unos metros antes, ya vió que la alisa estaba en el suelo. Llegó hasta ella y quedóse cortado, a sus pies había un hombre al parecer muerto y sangrando por la cara. Examinole y vió que era un viejo, cargó con él llevándole a Cubías. Ya estaba cerca cuando aquel hombre volvió en sí, le sentó en el suelo, pero este al ver a León quiso reaccionar y perdió otra vez el conocimiento. Volvió nuevamente a cargar con él hasta la cueva del Tío Sabiedes y Tía Cellisca, estos se aterrorizaron pero el ver que era el Tío Cualventi mandaron a León por Salce y Colva los cuales llegaron enseguida.

   Cambiaron de pieles a Tío Cualventi, le acostaron y diéronle una toma de caldo de gaviota, Colva temblaba de emoción y Salce tenía miedo, no así León que presenciaba la escena con absoluta tranquilidad.

   Fue volviendo en sí Tío Cualventi y al abrir los ojos lo primero que vió fue a una mujer que tenía un gran parecido a su hija, se sentó y dijo: -Tú, ¿Quién eres?

   Colva no contestó, se abrazó a su padre llorando al tiempo que Tío Cualventi rompió a llorar dando gritos y llamando a todos los que echara de la cueva, pues, teniendo a parte de ellos no les veía, pues estaba ciego de emoción.

   Calma, calma, -Le dijo Tío Sabiedes-.

   Pero, ahora tenía abrazada a su hija y no se desprendía de ella. Fuéronle calmando y por fin, sereno, llamó a Salce, le pidió perdón y abrazó a León, diciendo: -Este es mi nieto, este es mi nieto. No me digáis que no-.

   León abrazó a su abuelo y le dijo: -Sí. Yo soy su nieto, el hijo de Salce y Colva.

   En una hora, al Tío Cualventi se le habían quitado veinte años de encima y con gran tranquilidad llamó a su nieto y dijo: -Vas a la tribu donde tu abuela, preguntas por ella y le dices que prepare una fiesta, la mayor que se haya dado en la cueva-.

   Así se hizo, emprendió la marcha y al llegar a la alisa de Rodero y dar el salto se encontró con una mujer que al verle salió dando gritos, esta mujer, no era otra que Tía Urraca que iba a fisgar a Cubías, como de costumbre y nunca pudo encontrarse con el gigante de la cicatriz.

   Siguió León y muy cerca de la cueva iban dos mujeres con un gran cántaro de barro lleno de agua, al darles alcance León, pegaron un grito, soltaron el cántaro, este, se rompió y ellas se perdieron en la espesura del bosque.

  No hizo caso León y siguió hasta llegar a la terraza, encontrose con una veintena de hombres que acudieron a los gritos de Tía Lagarta y Tía Villería, pero, al encontrarse con León dieron marcha atrás y se perdieron, lo mismo hicieron los demás, las mujeres se metieron en la cueva y solo ante esta se encontró León. Este no veía a nadie y por fin se decidió a llamar a Tía Costala, volvió a llamar y por fin, salió con mucho recato y al verle dijo ella: -Tu ¿quién eres?.

   Soy León, el hijo de Salce y Colva, que me manda aquí mi abuelo a decirle a usted que prepare la mejor fiesta que se haya dado en la cueva.

   Mi nie… y se desmayó Tía Costala. Levantola León y siguió dando gritos: -Mi nieto … mi nieto y abrazada a León, fueron viniendo hombres y mujeres, todos contemplaban a León como a un dios.

   Tía Costala le acosaba a preguntas: -¿Dónde está Colva? ¿Dónde?

   Ya viene –contestó su nieto-.

   -Pero, ¿viene Colva?-.

   -Claro que sí, está con mi abuelo y todos vienen para acá-.

   Tía Costala mandó organizar una gran fiesta, todo era alegría más cuando llegó Tío Cualventi y Tío Sabiedes con los demás, aquello era apoteósico, sobre todo cuando Colva se abrazó a su madre, esta la creía muerta hacía muchos años. Así estuvieron hasta que Tío Cualventi dió una voz y mandó buscar a Tío Alicuerno y los demás habitantes de las Ojáncanas en Hoyos que habían habitado años atrás en la cueva de Cualventi. Estos acudieron allí, todo eran abrazos y alegría en la tribu que durante muchos años estuvo perseguida por la desgracia.

   La alegría era completa en Cualventi, todos los días eran fiestas, la comida no les preocupaba tenían carne para bastante tiempo y pan para todo el año, pues la cosecha de castañas, bellotas, avellanas y hayuco había sido extraordinaria que solamente traían algunos mariscos para variar la comida en la tribu.

   Mucho tiempo tardaron en deshacerse los corrillos comentando las aventuras desde que apareció el gigante de la cicatriz al que todos tenían pánico y resultara ser el hijo de Colva, y, por tanto, nieto de Tío Cualventi.

   Amanecía en Cualventi, el Tío Grajo salió con un enorme caracol y comenzó a dar bocinazos de atención, la tribu quedó toda reunida, algo importante ocurría en la cueva pues solo en estos casos Tío Grajo el Jorobado, hacía uso del enorme caracol.

   Reinaba un silencio sepulcral cuando apareció Tío Cualventi seguido de Tía Costala vestido con sus mejores pieles, tomó la palabra y se dirigió a la tribu en estos términos:

  -Yo, ya soy muy viejo y la tribu es muy numerosa y necesita de un jefe valeroso y joven, y que la providencia le había puesto en la tribu para seguir al mando de ella- No dejaron que continuara y todos empezaron a gritar ¡¡León!!, ¡¡León!!. Tuvo que hacerse uso del caracol el Tío Grajo para que callasen, y Tío Cualventi, muy orgulloso les dijo: -Desde este momento ese es el jefe de Cualventi, y todos le seguiremos a donde el nos mande.

   Tío Búho y Tía Nietova con sus grandes pieles de oso y dos enormes culebras disecadas en collares, formaban el tribunal, a sus pies una enorme lumbre con leña de laurel y cuernos de ciervo. Frente a ellos estaba León cubierto de una piel de cebra, un collar de dientes de tiburón y un gorro de piel de topo, allí estaba en posición firme con su enorme lanza en la mano, por el centro desfiló toda la tribu besándole los piés, al tiempo que el Tio Búho con una hoja de capaza los iba rociando con el humo de la hoguera, terminada la ceremonia la tribu tuvo muchos días de fiesta y cuando esto escuchaba el Tío Luna se oyeron voces y la voz del espíritu de Cualventi se apagó.”

   Se levantó Tío Luna y vió a los vecinos de Oreña que venían a buscarle pues era medianoche y el rebaño no había llegado al pueblo.

   Se enfadó mucho el Tío Luna que extasiado había pasado varias horas escuchando y, al llegar los vecinos tuvo que darles una explicación, pero  los vecinos tomaron tanto interés que encendieron la lumbre y allí amaneció, escuchando de boca de Tío Luna lo que el espíritu de Cualventi contara, y gracias a esto, podemos saber algo de los hombres antiguos que vivieron en la cueva de Cualventi de Oreña.


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